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10 de Noviembre

Otro 10 de noviembre nos encuentra celebrando el Día de la Tradición, fecha que también recuerda el natalicio de José Hernández, autor del Martín Fierro. Ese libro inmenso que no solo retrata la vida gauchesca, sino que dio voz al hombre de campo, a su lucha, a su dignidad y a su amor por la tierra. A través de sus versos, Hernández nos legó una mirada profunda sobre quiénes somos y de dónde venimos.

Pero celebrar la tradición no es solo vestir a los niños de paisana y gaucho para un acto escolar.

Celebrar la tradición es mantener encendida la llama de lo que nos identifica: es preparar esa receta que pasa de generación en generación, es escuchar esa canción que tarareaba el abuelo cuando sonaba la radio, es contar historias al calor del fuego de un asado, es el juego de truco entre risas, amigos y familia, es bailar un chamamé dejando que el ritmo nos una en una ronda de alegría y memoria. Ahí, en esos gestos simples, la tradición respira, se mueve y se renueva. Porque la tradición no debe quedarse quieta en una postal del pasado ni en la estampa de un almanaque.

La Argentina es amplia y diversa: cada región guarda su propio pulso y su manera de celebrar la vida.

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En el norte suena el bombo y la copla; en el litoral, el acordeón y el chamamé; en la Patagonia, la guitarra y el viento. Todas las expresiones son necesarias, todas cuentan una parte de la historia que compartimos como pueblo.

El músico misionero Chango Spasiuk lo expresó con claridad en una charla junto a Teresa Parodi, Peteco Carabajal y el Chaqueño Palavecino: “La tradición no es una repetición mecánica del pasado, sino una fuerza del presente, una energía viva que se transforma con cada generación.” Y es cierto: la verdadera tradición no está quieta, sino que late, se adapta, crece y florece en cada gesto cotidiano. En cada niño o joven que canta, baila o toca un instrumento con alegría, como puede y con lo que tiene. Porque en ese acto simple de compartir está la continuidad de nuestro patrimonio.

Recordar de dónde venimos también nos hace valorar que nuestra identidad nació del encuentro entre pueblos originarios e inmigrantes, de un cruce de culturas, sabores, lenguas y sonidos que dieron forma a lo que hoy somos. Por eso, cuidar nuestras tradiciones es defender lo que somos.

Los pueblos que pierden su cultura, su lengua y sus costumbres, pierden también una parte irrecuperable de su espíritu. La historia lo enseña: cuando se olvida la raíz, se debilita el árbol.

Hoy celebramos nuestras raíces, nuestras danzas, nuestra música y nuestras historias. Pero más allá de este 10 de noviembre, que cada día sea una oportunidad para mantener viva esa llama.

Que la tradición no se guarde en los actos escolares, sino que habite nuestros gestos, nuestras palabras y cada mate compartido. Porque transmitir la cultura es mantener viva la memoria de quienes fuimos, somos y queremos ser. Y porque un pueblo sin cultura es un pueblo sin riqueza. Está en nosotros —en nuestras manos, en nuestra voz, en nuestra emoción— mantener viva esa riqueza que nos une y nos da identidad, respeto y amor por lo nuestro.

Por: Caro Barzola

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