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Sociedad. Peleas brutales, qué le pasa a “nuestros jóvenes”

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Catorce días de diferencia, dos jóvenes, dos fiestas y dos muertes en Río Negro y Neuquén. Juan Pablo Soto de 16 años, el 4 de diciembre, fue a una fiesta de egresados en Beltrán y al salir Nicolás Navarro lo golpeó. Facundo Castillo, el 18 de diciembre salió de una fiesta en Cipolletti y Ramiro Gutiérrez, de 24 años lo atropelló con saña con la camioneta. Ambos murieron, hubo dolor y se habló de brutalidad, como cada verano, en que los titulares se llenan de sangre joven.

En 2018, Lautaro Bettini de Neuquén también fue protagonista de un hecho de este tipo. Por un piedrazo en la cabeza a la salida de una fiesta estuvo al borde de la muerte y recibió once cirugías. Cuando Vanessa Speranza, su mamá, ve que vuelve a pasar, el dolor por las familias que pierden los hijos o que pasan meses en los hospitales la invade.

“Es una locura, que llega el verano y enciende la tragedia. Peleas cada vez más violentas, más crueles. Siento carencia social, de amor, respeto y valores”, dijo.

La doctora en psicología y profesora de la Universidad Nacional del Comahue, Patricia Weigandt, que realiza investigaciones en torno a los jóvenes y conforma el espacio El Hormiguero, sostuvo que lo primero que se debe analizar es “que son nuestros jóvenes, hijos de nuestra sociedad porque cuando aparecen como protagonistas de estos actos violentos, parece que son extraterrestres, o hijos de los otros”.

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La especialista aclaró que no todos los jóvenes tramitan sus relaciones del modo que lo hacen los que protagonizan actos violentos. Estudiar a la juventud, lleva a pensar en algo muy propio de los seres humanos, que es que están enlazados a otros.

Para la especialista, el modo en que los jóvenes atraviesan su sexualidad, la relación con otros jóvenes, con el cuerpo, con las cosas que descubre que quieren de la vida, es complejo. Esto se tramita con la familia, pero mucho con los pares que son un espejo y surgen situaciones de tensión.

Aunque existe una singularidad en cada uno, al ser humano, desde que nace lo asisten otros que satisfacen sus necesidades y generan un universo simbólico que pasa a ser propio. Los lazos con los otros significativos, como la familia, están atravesados por una sociedad en la que circulan palabras, valores y demás”, dijo.

A esto se suman las cosas propias de la época. En la sociedad actual, las personas buscan resolver todo rápidamente, con una inmediatez mortífera. Las sustancias que se consumen dan satisfacción inmediata, imperan y hacen lo suyo en situaciones de esparcimiento. Es bien visto el consumo sin límites.

“Tenemos que preguntar ‘¿por qué ellos quedarían afuera si los adultos estamos tan inmersos en esa lógica?’ En las fiestas, si bien la gente se reúne, todo tiene que ver con el consumo, hay que salir a comprar. Aparecen cosas de la adolescencia y la juventud tramitadas de un modo inmediato y absoluto”, subrayó la doctora.

Para la especialista, una serie de cosas de la sociedad, no están vigentes como lo estaban hace décadas. Hay una modificación de cosas relativas a la autoridad, la familia. Quedó vacante el lugar que ocupaban instituciones que fueron cayendo, y de un orden religioso que también jugaba un rol.

“La caída de la autoridad paterna, no tiene que ver con la caída de la autoridad de un señor con pantalones llamado papá, sino de un orden que funcionaba de determinada manera. Eso que para muchas personas era opresivo y generaba otros tipos de malestar social, hoy nos deja sin referencias simbólicas para tramitar estas cosas “, relató Weigandt.

Hace años, había un camino armado que tenía que ver con el estudio, el trabajo, el matrimonio, el armado de la familia. Eso, era una guillotina que dejaba afuera la cabeza de muchos que no encajaban, pero era ordenador para otros y hoy no está. Se vive la aparición de un orden nuevo que no se termina de instalar.

“Las familias realizan un trabajo agotador, porque como ya no funcionan algunos mecanismos, les toca remar con todo. Es un trabajo arduo encontrarse con los hijos”, explicó la psicóloga.

Limites y amor

Vanessa Spernaza, desde su rol de madre a la que le tocó padecer lo que como sociedad no se resuelve, sostiene que “si no cambiamos la conciencia individual no podemos cambiar la conciencia colectiva y eso se debe hacer en casa. Si en casa no construimos una conciencia con el principal valor que es respeto y mirar al otro, nada bueno va a suceder”.

Para Vanessa, desde que pasó lo de Lautaro, criar tuvo otro sonido. Generalmente decimos “mirá esta gente”, y no nos miramos hacia adentro y nos responsabilizamos de que vivimos con nuestras consecuencias.

Analizó que Lautaro fue criado en la libertad de la sociedad, en eso que la manada va para aquel lado y hay que seguirla. “Ahora podemos sonar raros, pero estamos convencidos que no siempre hay que estar con la manada, podemos ser ovejas negras”, reflexionó.

Weigandt destaca que desde que se instaló que había que darle importancia a cosas que no eran los hijos, ellos quedaron en un lugar de soledad. La idea que lo mejor era que cada hijo pueda satisfacer lo que le surgía como necesidad o anhelo de manera inmediata y el “no lo frustres, dejalo libre”, no parecen conducir a buen puerto.

“Si algo se le puede decir a un padre es que la tarea de acompañar, de poner límites, dar y poder dejar de dar, es con lo que hay que encontrarse para que los jóvenes, cuando están solos, se la puedan arreglar. Ser madres, padres, o quien habite la función, siempre conlleva una cuota de malestar. Hay que acompañarlos. Que haya cosas de los ideales, que no solo estén asentadas en la familia, que se pueda esperar algo de ellos”, relató.

No se trata de limitar de cualquier manera. No es poner un vigilante a un joven. Se trata de trabajar que hay cuestiones que requieren una espera, que no se pueden resolver a cualquier precio y de cualquier modo.

En este punto, la especialista es categórica, es necesaria la presencia del amor en los lazos, no solo familiares, también el de los referentes, el amor que un educador tiene por su tarea. Aunque está un poco devaluado en la sociedad, el amor es el camino hacia conseguir mejore resultados.

Así lo vive Vanessa, que tantas veces se preguntó, por qué. “Los jóvenes tienen otra cabeza, otro cuerpo emocional, quieren contención y amor, pero estamos tan concentrados en correr en generar plata, trabajar, cada uno tiene sus problemas y no los juzgo, pero muchas veces nos olvidamos que tenemos niños en casa”.


“Buscamos un resultado sin hacer nada para cambiar”


Desde el 201, la lucha no se detuvo en casa de Lautaro. La última operación fue en agosto 2021. Era una neurocirugía menor, salió todo bien pero convulsionó, se cayó, lo intubaron, estuvo en coma inducido. La convulsión ocasionó un desgarro , dos hernias discales en la columna, porque azotó en el piso y quedó con diagnóstico de epilepsia.

Vanessa sigue en contacto con padres que sufren esto y sostiene que es por más que su hijo la peleó y pudo seguir viviendo, nunca más será quién era. Hoy vive solo con su perrito, pero su papá resigna su vida y se mudó al departamento de arriba para estar cerca por cualquier cosa.

En estos días, Vanessa estaba en Ushuaia. Había viajado después de terminar un 2021 complicado. Se aisló porque atraviesa un estrés post traumático por lo que pasó. “No podés parar, quedás solo. Más allá de la gente que te acompaña, pero es tu hijo, no de la sociedad, y tenés que acompañar todos los días, con médicos, profesionales. Es durísimo “, dijo y agradeció que Lautaro habla, camina, terminó su secundario con todo el esfuerzo, aunque tiene sus días malos, hay cosas buenas y ponen atención a eso.

“Creo que esto vino a enseñarnos el enorme amor que hay que construir como base en una familia para que un hijo tenga conciencia de respeto, valor, una diversión sana. Mi hijo mayor es el que me permitió que mis otros hijos entiendan eso”.

Agregó que tuvo que hacer muchas cosas para entender lo que le pasa a su hijo, porque tiene días en los que está de mal humor, se siente cansado, o se enoja porque no puede hacer algo. “Yo pasé por las marchas, pedí justicia, pero va más allá, nada va a resarcir lo que pasó. La semilla no está ahí. Buscamos un resultado sin hacer nada y creo que hay que sembrar primero”, concluyó.

 

POR LORENA VINCENTY (Río Negro)

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