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La pedofilia, un crimen continuo y con secuelas

La falta de pronunciamiento ético ante estos crímenes contra la infancia y el dudar de la palabra de las victimas, conlleva a una proliferación de prácticas, narrativas y a su expansión global.

La violencia sexual es la forma más atroz de agresión contra la infancia y adolescencia por los efectos devastadores que provoca en la víctima, no sólo en el o los momentos en que ocurre sino por las secuelas profundas que dejan en quienes la sobreviven.

La pedofilia ha sido definida como la atracción erótica de una persona adulta hacia los niños y niñas. El término está documentado desde 1899 y la concepción de pederastia se encuentra en Francia desde 1580, según la Real Academia de Medicina de España (RANM).

Entre los tipos de ofensores sexuales se puede distinguir aquellos que les atraen los niños y niñas pequeños, prepúberes, de aquellos que se sienten atraídos por niños y niñas mayores de 12 años, llamados también hebéfilos.

Los niños y niñas violentados pueden ser parte de la propia familia o no, y pueden también ser agredidos en línea, es decir a través de plataformas digitales, aplicaciones, videojuegos, etcétera.

Además de abusarlos sexualmente, pueden utilizarlos como un objeto para comercializar a través de fotos, videos y audios o vendiendo directamente su cuerpo. Esto se denomina “explotación sexual comercial”, conceptualización que abarca las vulgarmente llamadas “pornografía infantil”, “turismo sexual” y “prostitución infantil”, que son prácticas de sometimiento y tortura y que de infantil no tienen nada.

Las ofensas sexuales tienen la marca de la perversión. En el caso de la pedofilia, y su práctica la pederastia, se trata de la excitación con los cuerpos y mentes infantiles, aunado de manera inseparable al goce de la falta de consentimiento.

Los agresores sexuales, en su mayoría, tienen conciencia que los niños no desean vivir una agresión de esa envergadura y, aún así, reniegan de la realidad y se autoconvencen que tienen un vínculo con el menor de edad.

El abuso sexual padecido en la infancia y adolescencia se encuentra sostenido en una estructura de desigualdad de poder y el goce sexual del pederasta, una especie de frenesí, según estos criminales relatan, también es goce por la indefensión.

No se trata de enajenados mentales, aunque algunos lo sean, sino de personas corrientes que pueden establecer vínculos amorosos y laborales con otros adultos y que podemos conocer en el interior de las familias, de las instituciones, de los ámbitos eclesiásticos y de culto, en el mundo artístico y deportivo, etc.

Tanto la Asociación Americana de Psiquiatría como la Organización Mundial de la Salud los describen como trastornos, desde modelos empiristas y de corte epidemiológico, tratando de evitar juicios valorativos, ideológicos o morales.

La gravedad de la falta de pronunciamiento ético en todos los ambitos ante estos crímenes contra la infancia y el poner en duda la palabra de las victimas, conlleva a una proliferación de prácticas, narrativas y a la expansión de la pedofilia en el mundo.

Una revista independiente, “Revista de Ideas controvertidas”, editada por académicos, publicó el 29 de abril de 2022 un artículo de un pederasta confeso «El pedófilo como ser humano: una autoetnografía para el reconocimiento de una orientación sexual marginada», escrito por Brecht Vaerwaeter.

Desde este seudónimo se intenta argumentar que la pedofilia es una «orientación sexual marginada» que necesita reconocimiento. Vaerwaeter comienza alegando que «muchos hombres, así como algunas mujeres, se sienten atraídos casi exclusivamente por menores»

«La contribución al conocimiento de esta sección está en proporcionar pruebas directas del argumento de que sentirse atraído emocional y sexualmente por niños o adolescentes jóvenes, no es fundamentalmente diferente a sentirse atraído por adultos del sexo opuesto o del mismo género, y más específicamente, que enamorarse de un niño o adolescente joven no es fundamentalmente diferente a enamorarse de un adulto», escribe.

Lo que Waerwaeter calla y los editores otorgan es la falta de consentimiento y la dimensión del daño que causan. La orientación sexual de una persona no está basada en el establecimiento de engaños, abuso de autoridad, de confianza , extorsiones y amenazas. Eso es violencia.

El abuso sexual contra bebes, niños, niñas y adolescentes tampoco es un acto impulsivo y espontáneo. La conducta sexual abusiva está precedida por un proceso de sentimientos y conductas claramente identificables. El pederasta atrapa a la víctima infantil o adolescente en una compleja trama afectiva y de ascendencia de autoridad, aprovechándose de su inocencia, y de diversas vulnerabilidades, que pueden ser familiares, sociales o psíquicas. Este tipo de criminales establece un patrón compuesto por artilugios y estratagemas, que pueden llevarle meses y hasta años, para “cazar” a la víctima.

Estos crímenes tienen como objetivo lograr la satisfacción sexual, desde esta vertiente sádica, la pulsión de poder. El odio pederasta contrasta con la imagen que intentan imponer estos criminales en sus descargos para defenderse y lograr impunidad, utilizando el significante amor, manoseándolo.

Al igual que los movimientos pedófilos pederastas del mundo que se definen como “boylover”, “girllover”, “childlover”, cuando de lo que menos se trata es de amor, sino de un crimen continuo, con secuelas a lo largo de la vida.

Por Sonia Almada. Psicoanalista. Magister en Violencias contra la Mujer y el Niño (Unesco); presidenta de Aralma, asociación civil que trabaja contra las violencias



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